miércoles, 15 de julio de 2020

La escalada social 2

Siguiendo con el divertido y siempre emocionante 2020, llegaron otros cambios a nuestras vidas, a las de esta familia en particular, ya sé que cambiar ha cambiado para todos.

Para contar esta historia me remontaré a la noche de la ciencia en verano de 2019. Llevamos a los niños a una de las sedes de un instituto de investigación. Lima quedó fascinada con los laboratorios. Al final del recorrido le dije que yo quería trabajar ahí y me dijo muy resuelta: pues pídelo.

Llevo años pidiendo trabajo en ese instituto, me encanta su concepto de trabajar en aplicaciones para la industria. He enviado montones de solicitudes, siempre recibía un no, a veces tras meses, a veces el mismo día. Empezaba a pensar que me tenían en una lista negra.

Un día una agencia que ya me había llamado para entrevistas me llamó para una empresa muy grande. Yo ya había trabajado en otra empresa "hija" de ésta en Múnich y me hacía ilusión. Es una de las empresas más importantes en el sector en el que tengo experiencia.

El puesto era de operaria en la fábrica por turnos. Los turnos van cambiando, hay una empresa aquí que los hace de doce horas, trabajas cuatro días empezando a las 6 de la mañana, como está a las afueras te tienes que levantar a las cuatro. Vuelves cuando los niños se han dormido. Descansas tres días intentando adaptarte al infierno que viene que son otros tres o cuatro días de turno de noche, vuelves cuando ya se han ido los niños a la escuela y tienes otros tres días "libres". Tres días que pasas durmiendo y de resacón, en los que aprovechas para llevar y traer a los niños para compensar a tu pareja que es prácticamente padre soltero el resto de días. Y esto en fines de semana y fiestas de guardar, conciliación cero y vida social cero.

En la empresa donde conseguí el puesto los turnos eran más humanos: 8 horas muy temprano, 8 horas por la tarde, 8 horas por la noche y descanso de tres días. Podría más o menos llevar o traer a los niños según el turno. Me propuse que me iba a recompensar y los días que librase entre semana si no estaba agonizando por el jetlag, me iba a dar masajes y cosas así.

Empecé a entender cosas que me sorprendían, como gente adulta y sana haciendo deporte a media mañana en día laboral. Y también gente alcohólica, de buen poder adquisitivo y que se ven volver a casa a horas muy raras para un horario normal de trabajo. De repente me cuadró todo.

Era febrero, ah aquel febrero en el que éramos inocentes. Y estábamos tan ilusionados como asustados por la situación familiar que se nos avecinaba. Compramos fiambreras de cristal en Ikea para las comidas, vasos isotermos para el café, fiché mallas baratas de algodón para ponerne debajo del mono, me despedí del colegio (justo cambiaban de semestre y ahí pueden cambiar de asignaturas) y busqué un servicio de  desahogo familiar para que viniesen a limpiar la casa pagado por la dependencia de Kumquat. También alquilamos un coche eléctrico de los de la empresa de Pomelo, con transporte público, incluso poniéndole transporte a Kumquat para la guardería no nos daban las horas. 

Dos semanas antes de firmar el contrato me llaman del instituto del principio de esta historia, que si sigo interesada en una de las ofertas que tienen. Les dije que sí pero que tenían que hacerme la entrevista ya por el otro trabajo. Me la hicieron el director y la de personal y no me quedó nada claro el puesto, era una convocatoria muy abierta y yo fui muy sincera en todo. Iba por óptica y electrónica y me preguntaron si sabía cuántica (?) pues no, nein. A los dos días me dicen que he pasado a la siguiente fase y yo sí, pero rapidito. Hicimos una cita con el que sería mi jefe, pero no pudo ir. El tiempo se acababa y decidieron que sí, que me cogían, así, a lo loco. Empezaba en abril. Ése abril.

Como íbamos a ser ricos y estaba de subidón, me fui a todas las tiendas dispuesta a gastarme 40€ en una falda monjipi (monja-hippie), midi con estampado chiquitito alegre. Pero nada, me las probé todas de todas las tiendas y no me veía. Las camisetas eran de viscosa, que no lo entiendo, es una tienda hippie, dame tejidos naturales, malditos pijipis de boquilla. Al final me compré cuatro camisetas de 5€ del C&A de algodón. Trabajo en camiseta y vaqueros, no estoy de cara al público y a veces en los laboratorios hay que hacer trabajo físico.

Y ya está, yo me veía con un mes de libertad (y tiempo para hacer la limpieza de primavera) , sin niños, sin buscar trabajo, sin agobios, con la perspectiva de tener mi propio dinero, pero no. Esa fue mi última salida, era viernes, el lunes entramos en confinamiento.

A ver, pero quedaos con lo importante: que tras siete años cuidando niños y sin ningún tipo de reciclaje he conseguido trabajo en uno de los mejores centros de investigación. Que si lo hubiera planeado habría sido una jugada maestra. "No, yo es que decidí dedicarme a mi familia".

Lima tenía razón, sólo había que pedirlo. ¿Sabéis en qué trabajo? ¡Cuántica! A veces me da la risa y a veces lloro, el que también va a llorar con el tiempo es mi jefe, pobrecico. 

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